Una noche de borrachera, ya a las tantas de la mañana separado del grupo de amigos, estaba con una tía buscando un sitio para follar por la puta calle porque no teníamos casa libre ninguno de los dos (tenía 17 ó 18 años). Empezamos a andar entre callejones y al final encontramos uno oscuro, estrecho y sucio con un andamio montado. Nos subimos ahí, que el suelo estaba medio encharcado, y empezamos a darle al tema (a lo perrito, que no estaba la situación como para sentarse). Al cabo de un rato, me dice la tía "¡para, para!": entre el traqueteo del polvo y el andamio y el pedo que llevaba, se puso a potar como una cerda en la matanza. Yo, que tampoco estaba muy fino, me di cuenta que la tía estaba perjudicada de cojones, así que me subí los pantalones y me fui a un bar corriendo a buscar agua. No quería dejarla mucho rato sola, por si acaso le daba algo, así que fui bastante rápido. Total, que volví con ella y le di la botella de agua... y fue cuando me di cuenta que yo también estaba borracho de cojones y me había pasado con la carrera que acababa de pegarme. Eso, junto con el olor del vómito de la tía, pues a vomitar como un gorrino yo también.
Vamos, que al final fue un polvo de mierda... eso sí, nos echamos unas buenas risas con toda la situación. Pero acabé tan hecho mierda que no pude ni hacerme una mísera paja al llegar a casa.

Lo bien que se lo pasarían los obreros del andamio al día siguiente con el recuerdo que habíamos dejao