Si ya es duro ser Coldplay, teniendo que repetir hasta la saciedad el mismo disco indigno de pop intenso, pastoso y melodramático para un público ingrato que va y viene, imaginaos ser Radiohead y tener que aplicar esa misma fórmula para satisfacer a unos seguidores fieles, pero con delirios de grandeza, ínfulas intelectuales y síndrome de Dunning-Kruger
Porque sí, Radiohead es un grupo para Snobs poco cultivados y Thom Yorke lo sabe. De ahí nacen esos ligeros cambios de estilo cada vez más forzados, ese picoteo estratégico y metódico de influencias que van desde Can hasta Steve Reich, esa obsesión empresarial por retorcer la estructura de una canción pop de forma artificial simplemente para que dé la impresión de sofisticación sin perder un ápice de accesibilidad… En definitiva, esa manera de convertirse de forma consciente, descarada y casi artesanal en un grupo de culto de masas.
Pero claro, las ideas con el tiempo escasean; no es fácil mantener fresca una imagen de marca durante más de 20 años, por muy crédulos y complacientes que sean tus fans. Su último disco A Moon Shaped Pool , es la prueba definitiva de que el quinteto de Oxford ahora ya no aspira a ofrecer nada más al mundo que una suerte de parque temático de ellos mismos. Un disco claramente construido sin empeño, a desgana, sin involucrarse demasiado, concebido mirándolo por encima del hombro, totalmente plano y poco ambicioso. Con un Yorke en horas bajas, sin fuerza, cantando mientras mira al reloj, evidentemente hastiado y cansado de perpetuar esa farsa que le humilla y sin embargo le produce tantas satisfacciones económicas.
A Moon Shaped Pool no ofrece nada nuevo, es un intento de Ok Computer pero con más arreglos de cuerda y menos guitarras. La misma idea que ya robaron en su día de Riverman de Nick Drake, pero estirada durante 50 minutos. Un disco que se hace eterno, con fallos de tracklist graves que acentúan un infantil maniqueísmo que se nos anuncia desde la portada en blanco y negro; del pulsátil staccato de Burn The Witch a la soporifera y lástimosa Daydreaming, de la enérgica Ful Stop a Glass Eyes, de Identikit a The Numbers… Una dicotomía que fatiga ya desde la primera escucha y que evidencia una intencionalidad fallida de crear una cohesión en un disco que pese a tener un eje estilístico central está hecho a base de retales de desechos de épocas pasadas.
Un Thom Yorke que degrada al resto de integrantes del grupo a meros arreglistas y que gracias a su magnífica visión empresarial utiliza su reciente divorcio como reclamo y como escudo para blindar de las críticas una re-imaginación oportunista de True Love Waits. Una nueva versión innecesaria, deconstruida y anodina que los fanáticos del grupo alaban confundiendo cinismo con catarsis.
Un disco que a pesar de todas sus evidentes carencias, ha dejado a los fans complacidos simplemente por su oposición a The King Of Limbs. Unos fans incondicionales e irracionales que sienten su cariño al grupo como una parte importante de su propia identidad y que al haber sentido el frio recibimiento que se le dio al anterior disco como un fracaso propio ya estaban absolutamente predispuestos a amar cualquier cosa que se pareciera a una canción típica de la “época dorada” del grupo.
La palabra que define a A Moon Shaped Pool es mediocre. Mediocre en su concepción, mediocre en su desarrollo y mediocre en su resultado. Si eres un fan que se ha tragado todo lo que han hecho anteriormente te gustará, sino, mejor que te dediques a escuchar a los artistas de los que roban sus ideas.