Lectura El hombre que no podía sentir

Aún faltaban unas horas para que amaneciera, pero Francisco llevaba desde hace tiempo con los ojos como platos. No podía dormir. Era extraño, no solía tener problemas de sueño, y no había nada en ese momento que le preocupara especialmente. Era como si no sintiera cansancio. Su pareja, Marta, dormía a su lado. No parecía que ella tuviera problemas para conciliar el sueño. Francisco pasó así largas horas hasta que, pasados unos minutos después del amanecer, sonó el despertador.
Mientras ella se disponía a levantarse, Francisco se fue a la ducha. A pesar de haber dormido poco, sorprendentemente, no tenía sueño. Marta fue a la cocina y, cuando volvió, una ráfaga de aire cálido le entró por la nariz. Era vapor de agua y salía del baño. De súbito entró corriendo.
-¡Dios mío, apaga la ducha! ¡Está abrasando! ¿Qué narices te pasa?
Francisco no se había dado cuenta hasta ese momento de que la temperatura estaba al máximo, pero de súbito cerró el grifo de la ducha. ¿Cómo podía no haberse dado cuenta? De pronto, de le ocurrió poner la temperatura al mínimo. El agua salía congelada pero... ¡no sentía nada! Lentamente se giró hacia su pareja.
-Cariño, creo que no siento.
-¿Qué dices? ¿Qué tontería es esa de que no sientes?
-No he podido dormir en toda la noche y, sin embargo, no estoy cansado. Después he ido a ducharme y, aunque he puesto la temperatura al máximo y después al mínimo, no he sentido calor ni frío.
-Eso no puede ser, ven aquí.
Marta puso una olla llena de agua en el fuego, que enseguida empezó a hervir. Entonces, ella metió la mano de su pareja en la olla y los dos esperaron. Al principio no ocurrió nada, pero poco a poco la mano se fue hinchando y tornándose de un color rojo intenso. Ella lo miró con cara de estupefacción.
-Quita la mano de ahí, anda, que vas a tener un problema más serio. No me puedo creer que te esté ocurriendo esto, y menos de la noche a la mañana. Tenemos que llamar a un médico.
-No, ahora no puedo, me voy al trabajo, quizá más tarde.
-Espera que te preparo el desayuno.
Francisco tomó unas tostadas con queso y algo de embutido, acompañado de un café con leche. El día anterior había comprado buen queso y embutido, de los mejores que había en el supermercado pero, a pesar de ello, no le sabían a nada. Era como si sus papilas gustativas hubiesen quedado inutilizadas.
Poco después de salir de casa, en una calle cercana a la suya, se encontró con una situación comprometida. Tres hombres estaban aparentemente amenazando a otro, dándole empujones y acosándole. Francisco, consciente de su obligación de hacer algo, se quedó mirando y se dispuso a llamar a la policía, pero en aquel momento los tres hombres clavaron los ojos en él. Uno, que parecía el que menos imponía de los tres, fue el primero en hablar:
-Eh tú, ¿qué miras?
Los tres hombres fueron a por él mientras Francisco no daba crédito a lo que estaba ocurriendo. El que había hablado antes volvió a hablar.
-Danos tu maletín.
-No. Es mío.
Entonces todos empezaron a forcejear. El que había hablado tiraba del maletín de Francisco, mientras éste tiraba en sentido contrario y los otros dos trataban de sujetarle. De repente, uno de los dos que intentaban sujetarle soltó a Francisco un tremendo puñetazo. Éste se fue unos pasos hacia atrás, pero no sintió dolor. Llegó otro puñetazo. Otra vez nada.
En ese momento pasaba un coche patrulla de la policía cerca de donde estaba sucediendo todo. Al verlo, los tres hombres salieron corriendo, justo cuando estaban a punto de arrebatarle a Francisco el maletín. Un agente de policía se lo quedó mirando.
-¿Está usted bien? Está sangrando por la boca.
-Nunca me he sentido mejor -dijo con una sonrisa mientras se alejaba, dejando al agente confundido.
Francisco empezaba a ver lo positivo en todo aquello que le había ocurrido. Dos tremendos puñetazos y no había sentido ningún dolor... Eso podría dar un giro radical a su vida. Durante toda su vida había tenido miedo a enfrentarse a sus problemas, pero aquello se iba a acabar.
Llegó al trabajo con una sonrisa en la cara. Saludó a todo el mundo con energía y fue directo al despacho de su jefe. Quería decirle a la cara todo lo que sentía, lo que llevaba mucho tiempo queriendo decir pero no se había atrevido.
-Señor, me gustaría hablar con usted.
-Adelante.
-Quería decirle que es usted un imbécil que no tiene ningún respeto por los trabajadores de esta empresa. Nos habla de mala manera y trabaja menos que cualquiera de nosotros, y eso cobrando más.
-¿Cómo se atreve?
-Pues mire, sí que me atrevo. Hoy me he levantado distinto. También quería darle esto.
Y Francisco le metió un bofetón a su jefe que se escuchó en toda la oficina. El jefe no daba crédito. Se levantó furioso y empezó a golpear a Francisco, mientras éste reía.
-Adelante, podrá golpearme todo lo que quiera, pero no podrá pararme. Yo ya no vuelvo a poner un pie aquí.
Cuando su jefe terminó de repartir, Francisco sangraba por todo el cuerpo: boca, nariz, brazos, piernas... El jefe le dijo a Francisco que se largara inmediatamente. Su empleado dio media vuelta y se fue mientras seguía riendo por los pasillos. El resto de los empleados miraba con la boca abierta sin poder creerse lo que estaba sucediendo.
Era ya bien entrada la tarde cuando Francisco caminaba en dirección a su casa. Se sentía contento, sentía que ya nada podría pararle y, sobre todo, no recordaba haberse sentido tan libre en su vida o, si lo había sido, hacía ya demasiado tiempo. Casualidades de la vida, se encontró con los mismos tres hombres que le habían acosado anteriormente. Esta vez estaban acosando a otra persona. Francisco no se lo pensó dos veces y pegó un grito:
-Eh, ¿os acordáis de mí?
Los tres hombres se giraron y comenzaron a avanzar hacia Francisco, pero éste fue hacia ellos a mayor velocidad y metió un puñetazo al más grande de los tres que lo dejó tumbado. El hombre se levantó y, al ver eso, los tres no se lo pensaron y comenzaron a golpear a Francisco con toda su furia; sin embargo, no le importaba, sino que reía de nuevo.
-¿Es eso todo lo que sabéis hacer? Me aburro.
Francisco acabó en el suelo y, cuando se levantó, tenía unos moratones que habrían alarmado a cualquier médico. Cuando se cansaron de golpearle, los tres hombres se alejaron. El hombre acosado llegó corriendo hacia Francisco. Su rostro expresaba una mezcla de angustia e incredulidad.
-Señor, muchas gracias. Me ha ayudado mucho con su intervención. Tenga, 50 euros. Es lo mínimo que puedo darle después de cómo se ha jugado la vida por mí.
Siguió caminando hacia su casa mientras pensaba en que tal vez debería hacer eso más a menudo: tratar de ayudar a gente y obtener un dinero a cambio. Continuó con sus cavilaciones hasta situarse frente a la puerta de su casa con una sonrisa de oreja a oreja. Cuando llamó al timbre, su pareja Marta abrió y puso el grito en el cielo.
-¡Dios mío! ¿Qué te ha pasado? Estás horrible. Estás sangrando por todas partes. ¿Qué te han hecho?
-No te preocupes cariño, estoy mejor que nunca.
Francisco dejó a su pareja atrás y fue hacia su cuarto. Aunque no estaba cansado, se tumbó en la cama con la mirada fija en el techo. No podía creer lo que le estaba ocurriendo. Era cierto lo que había dicho, se sentía mejor que nunca.

Iniciado por El Coto Matamoros

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