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Etimos
¿Dónde fijar el punto de origen de la idea de una "utopía comunista" entendida como puesta en común del trabajo y de los recursos con el fin de alcanzar una sociedad estable e ideal? ¿En Platón y en ciertos pasajes de su Política? ¿En Espartaco y en la sociedad de gladiadores y esclavos que alcanzaron la igualdad en la época de la República romana de la guerra civil (años 73 y 72 a.C.) tal como lo ilustró Arthur Koestler en su libro Espartaco. Los gladiadores (1939)? ¿O bien en la Guerra de los Campesinos de Alemania (1524-1525) con Thomas Müntzer, donde el objetivo parece que era el de crear un comunismo evangélico?
Lo que está claro es que antes del siglo XIX la utopía comunista es más una voluntad comunitaria que un proyecto político elaborado. Habría que esperar a la llegada de Graco Babeuf, político y teórico revolucionario francés, a la Revolución francesa y al Manifiesto de los iguales (1796), escrito por Sylvain Maréchal para que un programa político con intención de crear una ciudad ideal en ese lugar y ese preciso instante fuera una realidad patente. También habría que esperar todavía a que llegaran las disputas entre los paladines del socialismo utópico (Étienne Cabet, Charles Fourier, etc.), y del socialismo científico para que le comunismo se materializara: "El comunismo no es para nosotros ni un estado de las cosas que tenga que ser creado, ni un ideal al que la realidad deba amoldarse. Llamamos 'comunismo' al movimiento real que deroga el estado actual de la sociedad", afirmaban Karl Marx y Friedrich Engels en La ideología alemana, en los años 1845-1846.
En cuanto al Manifiesto del partido comunista (1848), este será el símbolo de una voluntad política de acceder al poder: "Los comunistas rehúsan disimular sus opiniones y objetivos. Proclaman abiertamente que sus propósitos no pueden ser alcanzados sino por el derrumbamiento violento de todo el orden social tradicional. ¡Que las clases dirigentes tiemblen ante la idea de una revolución comunista! Los proletarios no tienen nada que perder, más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo por ganar".
La utopía comunista tenía que encarnarse en un lugar, ¿pero en cuál? La lógica de Marx funcionaba bien en Gran Bretaña: era allí donde el proletariado estaba más desarrollado, más organizado y era más capaz de iniciar la revolución y de transformar la ideología comunista en una utopía concreta. "A las clases obreras de Gran Bretaña: ¡Trabajadores! A vosotros os dedico una obra en la que he intentado dibujar a mis compatriotas alemanes un cuadro fiel de vuestras condiciones de vida, de vuestras penas y de vuestras luchas, de vuestras esperanzas y de vuestras perspectivas", expresa Engels a los proletarios británicos en 1845.
Pero será en la Rusia zarista donde las condiciones económicas y políticas de principios del siglo XX desembocarán en el establecimiento del comunismo histórico. Tras haber vagado por toda Europa (como hizo Marx antes que él y los intelectuales del Renacimiento y del Siglo de las Luces antes que ambos), Vladímir Illich Uliánov, llaamado Lenin, inició la revolución comunista en Petrogrado. En unos años, del golpe de Estado de octubre de 1917 al control progresivo de Siberia por parte del Ejército Rojo (1918-1922), Rusia se convirtió en la base territorial de la futura revolución mundial. El nombre mismo de la URSS, elegido en 1922, es revelador de un cambio utópico: ya no es un lugar o una nación los que en adelante constituyen esta base, sino una idea, la de la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas.
"La utopía es uno de los resortes esenciales de la ideología comunista y una de las razones de su dimensión criminal", afirmaba el historiador Stéphane Courtois en su obra Du passé faisons table rase Histoire et mémoire du communisme en Europe (2002) ("¡Hagamos tabla rasa del pasado! Historia y memoria del comunismo en Europa"). Si bien esta afirmación es, con mucho, discutible (el filósofo Raymond Aron distinguió claramente diferentes periodos dentro de la evoluicón del poder soviético), con Stalin al mando (1928-1953) se confirma con fuerza. Se trataba de crear una sociedad ideal y un hombre nuevo por la fuerza. Esta fabricación condujo a la implantación de los planes quinquenales, al terror de los procesos de Moscú y a la fabricación del Archipiélago Gulag. "Del estrecho de Bering hasta el Bósforo, o casi, miles de islas diseminadas forman un Archipiélago encantado. Son invisibles, mas existen, y del mismo modo imperceptible pero constante, hay que trasladar de isla en isla a los esclavos, también ellos invisibles, por mucho que tengan cuerpo, volumen y peso", describía en 1973 Aleksander Solzhenitsyn en un capítulo de su libro Archipiélago Gulag.
"La utopía al poder" (siguiendo la expresión de los historiadores Michel Heller y Aleksander Nekrich) sólo duró 25 años, apenas interrumpido por la Gran Guerra Patriótica, nombre que le dieron los soviéticos a su lucha contra la Alemania nazi. Pero la utopía comunista no se recuperó. La muerte de Stalin en 1953 cambió el curso del poder soviético, pero el contraste entre la afirmación del modelo utópico del comunismo y su realidad no hizo más que empeorar a pesar de las transformaciones políticas llevadas a cabo por Nikita Kruschev (1953-1964) y, más tarde, bajo el Gobierno de Mijaíl Gorbachov (1985-1991). Y esto se agudizó cuando el comunismo chino adoptó, bajo el Gobierno de Mao Zedong (entre 1966 y 1976, momento de la Revolución cultural), el mismo rostro totalitario que el socialismo real soviético.
En Diciembre del año 1991 se hizo oficial: Gorbachov firmó el final del Partido Comunista de la Unión Soviética y con ello, el de la URSS. Incluso abandonando las periferias del Este europeo tras la caída del Muro de Berlín (Noviembre de 1989), el centro comunista era insalvable.
¿Significa esto que la utopía comunista está muerta? En absoluto. Aunque actualmente esta utopía vuelva con fuerza (por ejemplo, en el seno de ciertos movimientos sociales a escala mundial), no es la misma utopía de antaño, sino otro movimiento diferente que emerge. La diferencia es evidente: el regreso a la política. El comunismo del siglo XX había pretendido ser una utopía en la que la sociedad ideal desembocara en una superación de las contradicciones sociales. El comunismo del siglo XXI, por su parte, se afirma dentro del marco de la política: se trata de promover la pluralidad del mundo, valorarla e instituirla. No por cuestiones del azar Toni Negri y Michael Hardt titularon el primer capítulo de Imperio (1999) uno de los ensayos de esta nueva tendencia, "La constitución política del presente".