La heterosexualidad no está naturalmente más extendida que le homosexualidad, ni es la manera en la que la mayoría de los seres humanos están condenados a relacionarse. La heterosexualidad no sólo se enseña, sino que además, se hacen ímprobos esfuerzos para que la mayoría de las mujeres sientan que no tienen otra opción; la heterosexualidad está fuertemente inducida, y de ahí los múltiples mecanismos destinados a sustentarla, a enseñarla, a favorecerla, a castigar la disidencia, a presionar a las mujeres para que se hagan heterosexuales en definitiva: mecanismos psicológicos, sociales, económicos, políticos. Si la heterosexualidad fuese natural, o siquiera beneficiosa para las mujeres, no necesitaría de los enormemente complejos mecanismos que se emplean para mantenerlas dentro de ella. El feminismo lucha con denuedo para limitar los daños que la heterosexualidad provoca en las mujeres, lucha por el derecho al aborto, pero no enseña a las mujeres que el mejor método anticonceptivo, el menos dañino para ellas, es no practicar el coito; combate para que ninguna mujer sea maltratada, para que no pierdan sus energías intelectuales y/o afectivas con los hombres, para que no dejen que sus parejas masculinas les roben su autoestima o su tiempo, pero no considera siquiera como una opción que muchas mujeres tendrían mucho que ganar si existiera una ecuación que pusiera en pie de igualdad homo y heterosexualidad o que incluso fomentara la no heterosexualidad. Se nos enseña como limitar los problemas de salud física y mental, económicos, políticos y personales, pero nada se nos dice de que estos problemas también podrían ser combatidos viviendo un estilo de vida lesbiano