Pensamiento adolescente.
Todas las civilizaciones perecen. Lo que no perece nunca es Dios. Hay civilizaciones sin Dios
en su fase final de existencia (mh... de qué me quiere sonar esto, ¿no me recuerda al precipicio en el que estamos ahora?), pero siempre que están en su fase inicial estas adoran a Dios,
nunca hay ausencia de este en su periodo más boyante (mh... me quiere sonar de tiempos de gestas gloriosas de la Cristiandad durante el Imperio Romano, la edad media y la era de los descubrimientos).
A medida que se alejan de Dios y se acercan a su propia maldad en la adoración de lo finito (el humanismo, la industria como sustituto estéril de lo axial, los derechos humanos y miles de mandangadas que no poseen fuerza axial para la vida del hombre), se conducen a sí mismas hacia su fin. Por supuesto, narrar esto es desagradable desde perspectiva humana, porque el final de cada civilización es traumático y se derraman ríos de sangre. Los hindúes, que destacan por tener una religión de infinita compasión, lo describen como el Kali Yuga. ¿Es bonito el Kali Yuga? Pues no, no puede serlo, es lo que es. Desde perspectiva humana, el ciclo ecológico de la muerte es cruel, y el de las civilizaciones es apocalíptico y un horror sin fin.
La inundación, el terremoto, los pueblos invasores, las plagas y enfermedades; no finiquitan civilizaciones en sus momentos de esplendor, más bien las refuerzan. Pero en momentos de decadencia un débil viento las manda a la extinción, el infierno en la tierra.
De esto va el libro de Daniel que he citado en el OP, cuyo protagonista es Nabucodonosor.
Quienes le sucedieron no hicieron ni caso.