En esta ocasión, aprovecharé para tratar sobre una obra que en año que corre, cumple su centenario, no podía dejar pasar tan insigne ocasión, de ninguna de las maneras, pues se trata de un film, que por su importancia, su contenido, el significado que tuvo tanto en su época como hoy día, su grandeza, su opulencia, si magistral técnica y su indispensable aporte a la cinematografía como arte mismo, no puede olvidarse jamás.
Cualquier escuela del séptimo arte que se precie la estudia detalladamente, la disecciona para sacar de ella las lecciones que abundan en su metraje, la ovacionan como obra magna del cine que fue, es y será por siempre.
Y lo más importante, sobre ella y su antecesora directa en el tiempo, se sustentan las maneras del cine moderno, son ambas, los pilares del gran arte del siglo XX, y su director, el Gran Maestro de maestros, sin duda alguna, y sin discusión a ello, el Padre del cine, por derecho propio.
Se trata de una película que quizás no hayáis oído nombrar, pues se mueve en círculos un poco apartados, tanto por su edad, como por su origen silente, es INTOLERANCIA, 1916, de David Wark Griffith. La otra obra que menciono, es EL NACIMIENTO DE UNA NACIÓN, 1915 (que tendrá su espacio aquí en futuros comentarios).
Versaré un poco sobre la génesis de la obra, el motivo de su existencia, la medular importancia que posee en el arte de la imagen en movimiento, para que, por lo menos, no se pierda su recuerdo en el oscuro olvido del tiempo.
Tras el complicado rodaje de EL NACIMIENTO DE UNA NACIÓN, la polémica de su temática, el inicio de la Primera Guerra Mundial por aquellos momentos, y distintas vicisitudes que acontecieron, Griffith decidió que era hora de transmitir un mensaje a las masas que acudían en busca de evasión, inspiración ó simple entretenimiento a las salas de cine. Buscando infructuosamente ideas para ello, y tras visionar la enorme Cabiria, 1914, de Giovanni Pastrone, y recaer en un detalles de la producción escénica de la misma, dio con un pensamiento que, tras madurar un tiempo y pulir con detalles de su contemporaneidad, dio nacimiento al guión y planteamiento general del proyecto.
Para ello, dado que las productoras de la época, con el auge del conflicto y demás situaciones, no podían afrontar algo de semejante magnitud, Griffith creó la Triangle Productions (que a la postre sería la génesis de la famosa United Artists en 1919, acompañado de Mary Pickford, Douglas Fairbanks, Charles Chaplin y él mismo, pero eso es otra historia).
Ya iniciada la singladura, tras obtener fondos financieros, para los que no le faltaba crédito, siendo quien era, los preparativos comenzaron, en primer lugar, las localizaciones de rodaje, donde hoy día se asientan los neones, el espectáculo, el glamour, la fantasía, la Meca del Cine, Hollywood, fue la misma tierra donde el maestro urdió su legado, una línea de ferrocarril ad hoc para la ocasión, que trasladaba a los obreros y personal de toda clase, y que por supuesto, tendría su papel en la pantalla, los titánicos decorados, a escala real y con todo lujo de detalles, tan reales, que permanecieron como lugar de visita durante décadas, el enorme plantel actoral, que incluía lo más granado del momento, Constance Talmadge, Lillian Gish, Robert Harron, Elmo Lincoln, Alfred Paget, Erich von Stroheim, Bessie Love, Mae Marsh, Walter Long, Miriam Cooper, Seena Owen, y otros muchos, varias decenas de ellos, y miles de extras, hasta 16.000.
Fotografía del genial William Bitzer, guión original del propio Griffith y Tod Browning, música orquestal del gran Joseph Carl Breil, edición del propio Griffith, en fin, una verdadera obra de autor en toda la extensión de la palabra.
Pasaré a daros detalles sobre la trama de la película, ó más bien, las tramas, pues son cuatro, entrelazadas mediante la magia del montaje cinematográfico, hilvanadas de una manera magistral, con un ritmo asfixiante, armónico, como la mejor de las orquestas interpretando el “presto” más audaz. Los episodios de que consta son:
Época contemporánea, basada en las revueltas laborales de aquellos años en EEUU.

El calvario y crucifixión de Jesús de Nazaret.

La matanza de los Hugonotes en la Francia de los Médici, en la noche de San Bartolomé de 1572.

Y por último, y no menos importante, sino todo lo contrario, el más gargantuesco de todos ellos, la Babilonia del 539 A.C. Y su invasión por parte de Ciro el Persa.
Como nexo de unión, una delicada transición acompañada de un maravilloso verso de Walt Whitman, “Más allá de la cuna que se mece interminablemente”, que es una alegoría del paso del tiempo.
Unas cifras, ayudarán a comprender la majestuosidad de la que hablo, en concreto, los decorados de la Babilonia Griffitiana, poseían murallas de cien metros de altura, la celebérrima puerta de Imgur Bel en la cuidad real de la antigüedad, funcionaba como en sus tiempos, y tenía sus mismas dimensiones, pues pasaban por ella elefantes africanos con cortejo de extras y figurantes de manera holgada, las escaleras centrales del templo de Bel, los ídolos y dioses que recordaban a Sargón el rey sumerio, todo, a escala real, todo, en una increíble reencarnación de una de las ciudades origen de la civilización humana.
El episodio francés no se quedaba atrás, un mucho menos, los palacios, calles de la época, atrezzo de actores, vestuarios, rebosaba realismo y detalle por doquier.
La línea de ferrocarril de la que hablé antes, con un protagonismo indiscutible en la trama del episodio contemporáneo.
El delicado y dramático tratamiento de la vivencia de Jesús el nazareno.
Ahora más cifras, que darán cuenta de la mastodóntica entidad de la producción, sólo la escena de la invasión de Ciro el Persa, con sus centenares de carros, miles de extras de distintas razas y detalles de cualquier tipo, costó más de un millón de dólares de la época, se filmaron más de 70 horas de metraje, resultando en varios kilómetros de celuloide vivo e histórico, apuntar que las latas de nitrato de plata se conservan hoy día en el MOMA de Nueva York, como patrimonio cultural de la cinematografía.
Hablemos de la influencia que tuvo y que tendría. En su momento, dada la complejidad de su mensaje ético y moral, de su montaje y ritmo trepidante, no tuvo la aceptación del público en el año de su estreno, pero esto no dejó la obra en el olvido ni mucho menos, en la década de los veinte, la famosa escuela del cine ruso que formaron Lev Kuleshov, Sergei Eisenstein y otros grandes, bebió de las fuentes del legado del maestro, declarando que sin INTOLERANCIA, no hubiese existido el cine soviético que maravilló al mundo con su “Teoría del montaje de las atracciones”, complejidad y pureza técnica.
Incluso Orson Welles, el gran “enfant terrible” del Hollywood posterior, declaró una vez, haberse encontrado con el Gran Maestro Griffith en una típica fiesta de las que usaban entonces, diciendo posteriormente, que sin él, el cine moderno no hubiera sido posible.
Os pongo un enlace y distintas capturas del film, pero lo que sí os recomiendo es, que intentéis verla, comprenderla, disfrutarla y por supuesto, comentarla.
En homenaje al Gran Maestro y su obra, es que escribo estas líneas, me era imposible no rememorarle de alguna manera, aunque sea desde estas humildes y parcas palabras.
Enlace a la obra.
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Mucha, @
Yuseff Lee, pasaros a verla.